A Propósito D… La Tartamudez

Desde hace 23 años, cada 22 de octubre se celebra el Día Internacional de la Tartamudez. El DSM-V (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales de la Asociación Americana de Psiquiatría) define la tartamudez o disfemia como: Alteraciones de la fluidez y la organización temporal normales del habla que son inadecuadas para la edad del individuo, sus habilidades de lenguaje y que persiste con el tiempo.

Entre los dos y cinco años, es frecuente que se produzca en los niños algún bloqueo o repetición de palabras cuando quieren hablar; es lo que se conoce como tartamudez evolutiva. En esos momentos es importante no llamar la atención sobre su alteración en el habla, ya sea de forma directa o indirecta, y dejar que el desarrollo siga con normalidad. Es importante que los padres y madres presten más atención a lo que dice el niño, que a cómo lo dice, evitando transmitir signos de impaciencia o ansiedad, evitando reñir, interrumpir o criticar su forma de hablar y comunicarse con los demás.

Pasada la etapa evolutiva, si los signos de disfluencia persisten con:

– Dificultad para iniciar una palabra o frase.

– Repeticiones o prolongaciones de sonidos o sílabas.

– Pausas o silencios inadecuados.

– Muestra tensión excesiva en cuello o cara al pronunciar una palabra.

– Evita hablar en público.

– Muestra signos de ansiedad ante cualquier interlocutor.

– Aparecen tics o movimientos involuntarios en la cara al hablar.

– Se deterioran las relaciones sociales, llegando al aislamiento.

En estos casos el especialista puede diagnosticar que se trata de un trastorno de disfemia o tartamudez.

Según diversos estudios (Van Riper, 1982; Bloodstein, 1995; Felsenfeld, 1997 y 2000), destacan que la disfemia se presenta entre 5 a 10 veces más en hombres que en mujeres. Entre los factores fisiológicos se plantea que un temperamento sensible e inhibido puede propiciar que el niño reaccione con signos de estrés y tensión muscular ante situaciones nuevas con repuestas emocionales como retraimiento y evitación (Contur, 1991; Guitar, 1997, 2000). Las dificultades en las habilidades sociales, el retraimiento, la ansiedad social y la baja autoestima en el niño son factores de riesgo. Esas dificultades pueden desencadenar culpa y miedo a hablar en público, con la consiguiente bajada de autoestima.

La persona lucha contra el bloqueo que se produce al hablar y se niega a aceptar esa limitación, lo que en la mayoría de los casos perpetúa el problema y se convierte en un círculo vicioso, cuanto más intenta evitar tartamudear, más episodios de disfluencia aparecen.

Las consecuencias para la persona con disfemia se asocian con trastornos de ansiedad, en especial ansiedad social y fobia social, miedo o vergüenza, y frustración, ya que se perciben a sí mismos con falta de control sobre su habla.

El profesional de Psicología puede ayudar a la persona a manejar su ansiedad, a trabajar la respiración e indicarle técnicas de relajación que pueden resultarle de utilidad.

En estos casos resulta importante trabajar el entrenamiento en habilidades sociales para mejorar la comunicación en espacios cotidianos y aumentar la asertividad para que el niño tenga recursos específicos para desenvolverse en situaciones que le provocan tensión y miedo.

El tratamiento psicológico debe incidir en mejorar la autoestima, las habilidades sociales y evitar los complejos de culpa por no tener un habla fluida como sus amigos. La persona que padece disfemia debe contrarrestar la imagen negativa que tiene de sí mismo y analizar con ayuda del profesional todas las cualidades válidas y eficaces que realiza en su vida.

Isabel Hinarejos Gómez.
Psicóloga clínica.
Colegiada nº CM 00380

2023-06-02 XV Jornada Regional Psicología y Sociedad (25)
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