El cambio climático se considera un fenómeno complejo que impacta en el entorno físico y también en los entornos socioculturales a través de su efecto sobre la salud, la conducta y la economía. De hecho, la perturbación de los sistemas naturales se relaciona estrechamente con las alteraciones de los sistemas sociales y psicológicos provocando crisis de relación entre el ser humano y el medio ambiente y conflictos en las propias comunidades y sociedades (APA, 2021).
Fenómenos meteorológicos como cambios en las temperaturas, en las lluvias y en el nivel de mar o eventos climáticos extremos tales como olas de calor y sequías, incendios, huracanes e inundaciones, que provocan pérdida de recursos y desintegración social, desencadenan respuestas psicopatológicas por estrés crónico y alteraciones del estado de ánimo, y también trastornos por estrés traumático que hacen más vulnerables a las personas y a las sociedades. Los daños físicos y la pérdida del hogar o de los recursos provocan angustia que intensifica a su vez los posibles traumas previos.
La amenaza existencial al ser humano y a su identidad resulta difícil de aceptar puesto que se activan defensas emocionales como el miedo, la negación o la disociación ante el estrés abrumador que supone la percepción de riesgo y la desprotección frente a fenómenos ambientales hostiles que golpean la seguridad de nuestros entornos físicos, psicológicos y sociales. Surge así el trauma climático (White, 2015, Woodbury, 2019) entendido como violencia a escala global, resultante de la erosión de nuestra necesidad de percibir el mundo como un lugar estable, seguro y predecible, que desencadena sentimientos de angustia, impotencia y desesperanza, de tal forma que a mayor conciencia y preocupación por la crisis climática mayor estrés y peor salud mental. Por ello, la mente humana tiende a resistirse, negando o disminuyendo su reconocimiento e importancia, fragmentando las emociones y consecuentemente paralizando la implicación en acciones responsables frente a la crisis global, debido a que si se ponen en marcha esfuerzos y son percibidos como ineficaces entonces se suele experimentar un sentimiento de desilusión o frustración, lo que a su vez incrementa la disociación como mecanismo de defensa o barrera psicológica ante la crisis climática. Sin embargo, comprender el negacionismo como un “no saber” disociativo ofrece una oportunidad para la conversación, la educación y la acción colaborativa.
Ante el trauma y los impactos psicológicos crónicos del cambio climático, como profesionales de la psicología, cabe interpelarnos con cuestiones como: ¿Cuáles son las raíces de la emergencia climática? ¿Qué papel juega la psicología en este problema? ¿Cómo estoy respondiendo ante los impactos del cambio global? ¿Reconocemos en los pacientes las emociones crónicas que surgen ante sus efectos? ¿Estamos haciendo las preguntas adecuadas al respecto en nuestras consultas?
Frente a la inevitabilidad del cambio climático y para combatir la disociación colectiva y favorecer las acciones eficaces, son útiles los programas de intervención psicoambiental basados en la gestión responsable de la información para la incidencia política y para la resiliencia de las comunidades a través de la creación de espacios seguros y servicios de salud, comunicación, educación y propósito compartido. De la misma forma, las diferentes iniciativas basadas en la naturaleza, los huertos comunitarios, los proyectos de energías renovables locales y los grupos de concienciación y acción climática, se constituyen en prácticas de responsabilidad compartida, de pertenencia y cohesión social y de apoyo psicológico, que ayudan a mitigar los sentimientos de aislamiento y fragmentación asociados al trauma climático y que estimulan la esperanza de respuesta comunitaria.
La psicoterapia provee un espacio para abordar sentimientos no reconocidos asociados con la crisis global y para redirigir esfuerzos creativos orientados a soluciones. A través del diálogo sobre el mundo natural e incorporando prácticas de relación con la naturaleza podemos conseguir que las respuestas emocionales sobre la emergencia climática se conviertan en un tema de nuestras salas de terapia. Hablar sobre las formas en que interactuamos con el mundo natural e invitar a los clientes a sesiones al aire libre, a realizar tareas en espacios naturales y a tomar conciencia de los ciclos biológicos pueden ser oportunidades para reavivar los auténticos sentimientos de conexión entre el mundo interior y exterior, y para estimular la esperanza y el compromiso con acciones de salud y de cuidado de los ecosistemas que nos sustentan y de la red de la vida en la Tierra.
Antonio González
Col. nº CM00299






