(Comprender el cerebro. Avanzar en terapia)
El cerebro humano es, sin lugar a dudas, el mejor ordenador que ha creado la vida y al que todavía no ha podido igualar la inteligencia artificial. Aunque todo se andará. Es todavía nuestra última frontera de conocimiento, donde todavía quedan incógnitas y se crean misterios.
Pero, más allá de todo ese conocimiento por explorar y descubrir, los psicólogos nos preguntamos ¿Por qué existe el cerebro? ¿Para qué? ¿Cuál es su sentido? Para responder a esto déjame que te cuente una curiosidad dela evolución: existe un animal al que hemos llamado ascidia o chorro marino, este organismo en estado larval se parece a un renacuajo, presenta tubo neural en un rudimentario sistema nervioso que tiene por objetivo llevarlo a un lugar adecuado para desarrollar su vida, una vez que lo encuentra se fijará a él y no se volverá a desplazar jamás, es entonces que el mini cerebro de la larva es reabsorbido por la propia ascidia y desaparece. Ya nunca más le hará falta. Esto nos ha mostrado que el movimiento incrementa exponencialmente la interacción con el entorno y también la necesidad de evaluarlo e interpretarlo.
Para ello, muchos organismos han desarrollado unas ventanas al mundo exterior en el que habitan a las que hemos llamado sentidos, con ellos recogen toda la información posible del medio. Información que, una vez obtenida, ha de ser procesada. El criterio bajo el que se analiza, la única intención, es facilitar y mejorar la adaptación al entorno en el que vive y por tanto también, aumentar las posibilidades de supervivencia. Con este objetivo y para este fin la vida creó el cerebro.
Una vez que ha sido procesada, evaluada e interpretada toda esa información el cerebro tiene que cotejarla con los datos que también recoge y analiza de su propio cuerpo, valorando las necesidades internas que el organismo presenta como la adquisición de la energía necesaria para la vida a través de la alimentación, o el nivel de salud y bienestar que tiene y necesita para relacionarse con el entorno de una forma eficiente. Con todo ello el cerebro realiza una toma de decisiones que ejecuta en forma de acciones, comportamientos y conductas que garantice de la mejor forma posible su supervivencia.
Sensaciones, emociones, memoria, inteligencia, conciencia y aprendizaje. Todo esto en un órgano de mil cuatrocientos gramos con una estructura plástica, organizada en núcleos, y redes neuronales conectadas a través de sinapsis y estimuladas por neurotransmisores. Según diferentes fuentes solo en neuronas podríamos hablar de ochenta y seis mil millones en el cerebro (en otro tiempo decían ser cien mil millones, cifra redonda y que se hacía coincidir con el cálculo realizado de estrellas que hay en la Vía Láctea). No obstante, otro cálculo dice que ochenta y cinco mil millones de neuronas tienen una superficie total de veintiún mil quinientos metros cuadrados, que viene a ser lo mismo que tres campos de futbol (según explica Jon Turney en su libro “La Biblia de la Neurociencia”). Tampoco tengo claro la forma y criterio en la que se han hecho estas medidas, ni tampoco las relativas al número de conexiones. Pero más allá de los datos, con los que siempre nos abruman, lo realmente importante, lo que quiero explicarte ahora es cómo usa nuestro cerebro todo esto. Pues lo que hace es predecir el futuro, saber lo que va a suceder en su mundo antes de que pase, para poder así anticiparse a los acontecimientos y modificar el resultado o provocar otro diferente.
La psicóloga y neurocientífica especializada en el área de las emociones Lisa Feldman Barrett en su libro “Siete lecciones y media sobre el cerebro” dice que: “A los neurocientíficos les gusta decir que nuestra experiencia diaria es una alucinación cuidadosamente controlada, limitada por el mundo exterior y por nuestro propio cuerpo, pero finalmente construida por nuestro cerebro. No es de esa clase de alucinación que te lleva al psiquiatra; es un tipo de alucinación cotidiana que crea todas nuestras experiencias y guía todas nuestras acciones. Es la forma normal de cómo el cerebro da sentido a todos los datos sensoriales, y casi nunca somos conscientes de que está sucediendo tal cosa”. Según Barret, los actos del cerebro van por delante y son predictivos, aunque nosotros no tengamos esta sensación. Ella pone un ejemplo en el que explica que cuando tenemos sed y bebemos agua al instante ya hemos saciado nuestra sed y sentimos alivio, pero en realidad el agua tarda unos veinte minutos en entrar al torrente sanguíneo, por lo que sucede en realidad, según ella, es que el cerebro predice sensorialmente los efectos que el agua va a tener en el cuerpo antes de que estos se produzcan, lo que se traduce en que sintamos sensación de saciedad.
Así creen ahora los neurocientíficos que funciona el cerebro según ellos, no se ha creado para pensar. Esta es una función más que él realiza, pero no es su fin ni su cometido.
Como ya explicamos al principio, el cerebro ha sido creado para la adaptación y la supervivencia, entonces y desde esta perspectiva, nosotros estamos en el cerebro, pero no somos nuestro cerebro. Aunque conviviremos con él durante toda nuestra vida pues somos parte suya de forma indisoluble. La mayoría de las decisiones que tomamos, no las tomamos nosotros, lo hace nuestro cerebro de forma autónoma e independiente sin consultarnos ni tenernos en cuenta.
Y todo esto ¿Cómo influye a los psicólogos a la hora de trabajar a nivel terapéutico?
En mi opinión, muchos de nuestros conflictos se originan porque no entendemos nuestro cerebro o nuestro cerebro no nos entiende a nosotros, y en vez de aliarnos y trabajar juntos para gestionar y resolver los problemas de nuestra vida entramos en un conflicto interno que lejos de ayudar agrava el problema. Imaginemos que vamos de copilotos en un viaje en coche, como consecuencia de una mala maniobra del que va delante tenemos un accidente en el que damos varias vueltas de campana. Al final, afortunadamente, no nos sucede nada, pero durante el tiempo que estuvimos dando las vueltas nos encontrábamos indefensos y fuera de control, con un alto nivel de miedo ante la posibilidad de morir.
Posteriormente, cuando intentamos subir a nuestro coche como hemos hecho siempre ahora el corazón se acelera, comenzamos a hiperventilar, tensamos los músculos del cuerpo, sudamos y nos invade una sensación de miedo y angustia que nos paraliza y nos hace escapar saliendo del coche. ¿Por qué nos ha pasado esto? Nuestro cerebro ha valorado la posibilidad de que si volvemos a montarnos en un automóvil de nuevo podamos tener otro accidente, pudiendo llegar en esta ocasión a morir. Así que para evitarnos el riesgo y el posible desenlace el cerebro genera por su cuenta y riesgo, sin consultarnos ni tenernos en cuenta, una serie de síntomas que nos fuerzan a escapar y salir del coche. El primer pensamiento que nos viene a la cabeza es que nuestro cerebro se ha trastornado y nos está machacando. Pero no tiene nada de trastornado funciona perfectamente, y aunque de una forma muy desagradable, lo único que pretende es cuidarnos y protegernos de posibles peligros. ¿Te acuerdas que uno de los sentidos del cerebro era la supervivencia? Pues ahí está.
Podríamos pensar que es un poco bruto al crearnos esta sintomatología, pero piense el lector en otro supuesto que se da con frecuencia: Un niño pequeño de entre 2 y 4 años sale corriendo por algún motivo que sólo él alcanza a entender y entra en medio de la carretera pudiendo provocar el frenazo de algún coche. La madre o el padre se llevan un susto de muerte y cuando cogen al niño en muchas ocasiones (esté bien o no), le propinan un par de azotazos a su hijo, al tiempo que le echan una buena bronca sobre las consecuencias que puede tener entrar en una carretera sin mirar. ¿Qué es lo que los padres pretenden con esos azotazos y esa bronca? Disuadir a través del castigo al niño para que no vuelva a ponerse en peligro a través de esa conducta. Y todo esto lo hacen así porque lo quieren, para protegerlo y evitar que le pase algo malo. Exactamente igual que hace nuestro cerebro con nosotros cuando nos castiga para que escapemos del coche.
Así conocer nuestro cerebro y comprenderlo permitirá a los psicólogos anticipar sus actos y encontrarles sentido, entendiendo cómo funciona, por qué y para qué hace las cosas.
Nuestro cerebro es el que es, saber que nuestro programa emocional reacciona de forma inconsciente en base a unas necesidades y unos objetivos predeterminados, siempre con el criterio de cuidarnos y protegernos puede servirnos para valorar la respuesta, analizarla de forma consciente, y si es necesario, reinterpretarla y corregirla. ¿Cuántos profesores no habrán tenido en ocasiones el impulso de pegarle a un alumno un cachete para parar su mal comportamiento? Pero todos saben que han de controlarse y deben buscar otra alternativa para conseguir que el alumno preste atención y deje de molestar. Cualquier proceso terapéutico consiste en darnos control a nosotros sobre los programas de nuestro cerebro.
El objetivo es crear alianzas que nos hagan ir de la mano, trabajar juntos, hacer equipo. La terapia, al fin y al cabo, sea de la forma que sea, no es otra cosa que la comprensión de nosotros mismos, de nuestra realidad y de nuestras acciones. Descubrir desde la neurociencia cómo funciona nuestro cerebro, también es conocer cuáles son nuestras competencias y nuestras limitaciones permitiendo entendernos mejor como seres humanos.
Javier Artesero.
Psicólogo Especialista en Psicología Clínica.
Experto en Neuropsicología.
Nº col: CM-00507