A propósito D… Aportaciones de la Psicología a la Educación Ambiental

En muchos países el 26 de enero se celebra el día mundial de la Educación Ambiental (EA) para conmemorar la “Carta de Belgrado”, país que en 1975 acogió el Seminario Internacional de Educación Ambiental promovido por Naciones Unidas y que reflejaba los principios generales de la EA.

Tal y como allí se estableció, el principal objetivo de la EA consistía en “Llegar a una población mundial que tenga conciencia del medio ambiente y se interese por él y por sus problemas conexos y que cuente con los conocimientos, aptitudes, actitudes, motivación y deseo necesarios para trabajar individual y colectivamente en la búsqueda de soluciones a los problemas actuales y para prevenir los que pudieran aparecer en lo sucesivo.” (UNESCO, 1975, p. 3).

En esta declaración se mencionan varios procesos y constructos psicológicos relevantes en la consecución de este objetivo; por no mencionar que la génesis del problema que origina la necesidad de la EA y su posible solución radica exclusivamente en el comportamiento de los seres humanos. De esta forma, el Libro Blanco de la educación ambiental en España considera la EA como una corriente de pensamiento y acción cuya meta es “procurar cambios individuales y sociales que provoquen la mejora ambiental y un desarrollo sostenible” (Calvo Roy y González de la Campa, 1999, p.5). La Psicología y, particularmente la Psicología Ambiental como disciplina que analiza las relaciones recíprocas entre las personas y el ambiente sociofísico, tiene mucho que decir a este respecto tanto en el plano cognitivo, como en el afectivo y el comportamental.

Por ejemplo, la Psicología Ambiental analiza las creencias y las actitudes de las personas hacia las cuestiones ambientales, -la preocupación ambiental- y su relación con la naturaleza, encontrando distintas tipologías: desde personas que expresan un cierto grado de apatía; hasta aquéllas que manifiestan una unión trascendental con el mundo natural (afinidad emocional); pasando por posiciones menos extremas como valorar la naturaleza por su contribución a la calidad de vida humana (antropocentrismo) o considerar su valor intrínseco y contemplar al ser humano como una parte de la naturaleza (conectividad). Tanto la afinidad emocional con la naturaleza como la conectividad, que tienen en común la interdependencia en un plano de igualdad en la relación ser humano-naturaleza, se han asociado con una mayor frecuencia percibida a la hora de realizar conductas proambientales (Amérigo y cols., 2020). Pero la Psicología Social también nos indica que de la misma forma que las actitudes influyen sobre las conductas, éstas a su vez influyen sobre las actitudes; por lo que realizar comportamientos proambientales nos lleva a generar actitudes más favorables hacia la protección del medio ambiente.

No obstante, no sólo las actitudes proambientales son suficientes para que las personas ejerzamos el cuidado del medio ambiente. Cuando estas conductas resultan caras o difíciles de realizar, las actitudes cuentan poco y es el contexto (que incluye factores tecnológicos, económicos, físicos, institucionales y sociales) el que puede llegar a ser determinante para que las personas se comporten proambientalmente (Stern, 2000). De esta forma, aunque nos manifestemos como muy proambientalistas, la decisión de cambiar de coche hacia uno eléctrico vendrá determinada no tanto por nuestras actitudes favorables, sino por programas estatales que apuesten por este tipo de vehículos rebajando su precio final a los ciudadanos.

Otra aportación importante de la Psicología Social y Ambiental tiene que ver con la investigación de la empatía. Y es que la empatía es una variable determinante de la conducta de ayuda; por lo que podría analizarse la conducta proambiental como una conducta altruista. Diversas investigaciones han encontrado que tanto la empatía inducida experimentalmente a través de la visualización de escenas de animales sufriendo, como la empatía-rasgo, conducen a una mayor intención de realizar comportamientos proambientales (Sevillano y cols., 2007). Estos resultados llevan a pensar en la posibilidad de un self extendido que incluyera todas las formas de vida y los ecosistemas y que ha podido medirse a través de la escala de Inclusión de la Naturaleza en el concepto de Self (Schultz, 2002). Las personas con una elevada puntuación en esta escala manifiestan una elevada preocupación por el medio ambiente e intención de llevar a cabo conductas proambientales (Amérigo y cols., 2020).

Pero una de las cuestiones relevantes de la Carta de Belgrado mencionada al comienzo es la de concienciar a la población, un reto que la Psicología plantea como complejo a la hora de cumplir con los objetivos de la EA. Pensemos en la débil relación contingente que existe entre las causas que generan nuestros comportamientos hacia el medio ambiente y las consecuencias que provocamos; es decir, su impacto sobre él. Este impacto no se percibe de forma inmediata, sino muy a largo plazo y de forma acumulativa, por lo que a las personas nos cuesta apreciar la contingencia entre nuestras acciones y el impacto que generan; de esta forma nuestra conciencia proambiental se debilita. Si a esto unimos el hecho de que muchos de los problemas ambientales son en sí mismos difícilmente perceptibles, como por ejemplo, el agujero en la capa de ozono, la contaminación del agua, de los alimentos o del propio aire que respiramos, se nos pone aún más difícil la motivación para actuar.

Es por ello que, orientados por estos resultados provenientes de la investigación psicosocioambiental, la EA debe insistir en la necesidad de fomentar actitudes y creencias de interdependencia con el mundo natural, promoviendo la empatía y la ejecución de conductas proambientales a la medida de las personas; acortando la distancia entre nuestras acciones y las consecuencias que generan en el medio ambiente para reforzar la conciencia de lo que está pasando en nuestro planeta, en nuestra casa. Una conciencia individual que dé paso a lo que recientemente se ha denominado bajo el término de “ciudadanía ambiental” (Hadjichambis, y cols., 2020) que considera indispensable la participación y el compromiso de los ciudadanos en el abordaje de problemas ambientales globales como el cambio climático, mediante el apoyo a las organizaciones proambientales y la presión para la acción política; en definitiva, la meta de la Educación Ambiental.

María Amérigo Cuervo-Arango.
Catedrática de Psicología Social de la Universidad de Castilla-La Mancha.
Directora del Grupo de Investigación en Psicología Ambiental (GIPSAMB).
Vicepresidenta de la Asociación de Psicología Ambiental (PSICAMB).

Referencias:

Amérigo, M.; García, J. A.; Peréz-López, R.; Cassullo, G.; Ramos, A.; Kalyan, V. S. & Aragonés, J. I. (2020). Analysis of the structure and factorial invariance of the Multidimensional Environmental Concern Scale (MECS). Psicothema, 32, 275-283. doi: 10.7334/psicothema2019.281

Calvo Roy, S. y González de la Campa, M. (Coords.) (1999). Libro Blanco de la educación ambiental en España. En pocas palabras. Madrid: Ministerio de Medio Ambiente.

Hadjichambis, A. Ch.; Reis, P.; Paraskeva-,Hadjichambi, D.; y cols. (Eds.) (2020). Conceptualizing Environmental Citizenship for 21st Century Education. Environmental Discourses in Science Education (Vol. 4). Cham, Switzerland: Springer.

UNESCO. (1975). Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente. La carta de Belgrado. un marco general para la Educación Ambiental. Descargado de https://unesdoc.unesco.org/ark:/48223/pf0000017772_spa

Schultz, P. W. (2002). Inclusion with nature: The psychology of human nature relations. In P. Schmuck & P. W. Schultz (Eds.), Psychology of sustainable development (pp. 61-78). Norwell, MA: Kluwer Academic Publishers.

Sevillano, V., Aragonés, J. I., & Schultz, W. (2007). Perspective taking, environmental concern, and the moderating role of dispositional empathy. Environment and Behavior, 39, 685–705. doi:10.1177/0013916506292334Stern, P. (2000).

Stern, P. C. (2000). Toward a coherent theory of environmentally significant behavior. Journal of Social Issues, 56, 407–424. https://doi.org/10.1111/0022-4537.00175

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